Suelo y agua regenerada en Canarias

Los canarios hablamos mucho del agua. En general, como de un problema: falta de abasto, sequía, averías, saneamiento, agricultura. ¡Siempre en crisis!

También hablamos  del suelo; de su propiedad, del exeso de la urbanización, de la especulación, de los disparates paisajísticos, del desequilibrio entre lo rústico y lo urbanizable, de su uso y abuso….En este caso, se hace sinonimia de suelo y territorio. Pocas veces tratamos al suelo como algo vivo; como lo es nuestra piel, el mayor órgano del cuerpo.

El suelo es la piel del territorio. Pero siendo esencial casi nunca se trata su salud. El suelo y el agua constituyen una simbiosis.

Urge tratar el suelo agrario, (y suelo SAVA, o de alto valor agrológico) . Pues ¡sin suelo no hay agua!

Y, como una persona que enferma de la piel entra en peligro, e incluso,  muere, los suelos enfermos llevan a la aridez y la desertización. Por su relativa menor extensión, los suelos isleños son más frágiles  que  los continentales. 

Contrario a nuestra latitud sahariana, las Canarias, excepto las dos orientales y El Hierro, hasta hace poco, eran suficientes en agua. Sus alturas superiores a mil metros, permiten la retención y descarga de las brisas  humedas de la corriente cálida del Golfo de México que, al chocar con las peñas atlánticas, llovía en sus sotaventos. 

Pero solo la altura nunca fue condición suficiente. Para ser fuente de vida necesitaba la permeabilidad y salubridad del suelo isleño. 

(i)En efecto, las cimas altas, erosionadas por el viento, sin porosidad, son incapaces de retener el agua; la conducen desde las alturas al mar, proceso en el que el fluido gana energía cinética, lo que favorece la erosión. 

(ii) Al contrario, las superficies jóvenes, muy porosas y los diques subterráneos,  del volcánismo recientes ayudan a filtrar el agua de escorrentías y condensados hídricos. En ocasiones, como en el Hierro, cuya edad es apenas de 200 000 años, extremadamente corta para que haya suelo,  “epidermis orgánica” capaz de disminuir la velocidad de infiltración, no hay casi posibilidad de que se favorezca la vida. En la isla del Meridiano, los caudales  terminan, en su práctica totalidad, en el mar en manantiales generalmente subterráneos. En ese caso, aunque, por altura,  hubiera pluviosidad alta, la isla será seca.

Sin embargo,  la alta porosidad de los malpaises (<100 00] años) de las  antiguas Ferteventura y Lanzarote, (> 25 millones de años),  permiten la adsorción (más que absorción) superficial de las maresías y de las brumas matutinas. En 1400, el rey Zonzzamas cultivaba la parte más fértil de su Lanzarote, la que aún mantiene su nombre, donde el “rofe” y lajiares (anteriores a la crisis volcánica del siglo XVII) cubre buena parte de los erosionados lomos de basaltos intraspasables de la serie I y II. Configuran una unidad geológica como la de un depósito subterráneo capaz de acumular el fluido aportado por las nubes bajas:  una capa superior porosa y un fondo impermeable. De manera análoga, la mejor fuente de agua que tenía Fuerteventura en el momento de la llegada de Jean de Bethencourt se situaba cerca del mar, en Pozo Negro, el manantial del Rico Roche, del que brota el agua captada de las brumas y escasas lluvias captadad por el Malpaís de Tiscamanita. En lo que ahora llamamos el poblado aborigen de La Atalayita, próximo al Rico Roche, habitaba la mayor población de mahos. También otra población importante, en la base de la Montaña de El Cardón, consumía las aguas de las alturas de Jandía, ~ 1000m,  únicas en la isla que detienen los alisios. 


(iii) No solo los terrenos volcánicos reducen la escorrentía, sino los cubiertos de líquenes, hongos,  musgos, algas y vegetales pues reducen la velocidad hidráulica; ayudan a la retención y su adsorción, lo que permite el inicio y el desarrollo lento, pero vital, del suelo. Así, en miles de años, las superficies azotadas por alisios, cuando la isla era joven,  se vestían de vida, inicialmente simple: bacterias, hongos, algas. Luego, de manera recursiva, el árido polvo siliceo gradualmente, evolucionó a suelo. Las fina capas, por la gravedad, se dispusieron en la faldas y vaguadas de los barloventos insulares. Ello permitió, miles de años más tarde, la supervivencia de bosques húmedos ( de brumas, tiles, fayas, laurisilva ) que, aún con baja pluviometría, sostuvieron un rico ecosistema que fue colonizando los basaltos del edificio insular generando acuíferos y freáticos. Ellos equilibraron la salinización del mar en el subsuelo insular.

Es decir, el suelo adherido a los materiales peteros permitió que las islas no se secaran. Aplicando el silogismo contrario, "a medida que el suelo desaparecía, el territorio se transformaba primero en un arisuelo para,  a continuación, derivar hacia lo yermo sin vida: ¡el verdadero desierto!

Proceso que, al contrario de la lenta formación de suelo, es sumamente rápido. Lo hemos experimentado en nuestra geografía. Así Viera y Clavijo, en su Historia de Canarias nos cuenta como en Moya, “… convidaba con la célebre montaña de Doramas y con las abundantes aguas que se llaman Madres de Moya”; más adelante, informa Viera que,  debido al abuso de la extracción de madera y pez para el calafateo y el desarrollo de Puerto de La Luz y de Las Palmas, no solo se perdieron los frondosos bosques sino también las lluvias, de modo que, arroyos perennes de agua como el Guiniguada pasaron a ser ocasionales ramblas y barrancos secos. 

El impacto humano sobre el suelo y, consecuentemente, la desertización es bien conocido en todo el planeta: el uso ganadero intensivo ha llevado análogamente, como en Australia, a la desertización de gran parte de su extensión. Más reciente, con la agricultura intensiva y la revolución verde, también en nuestras islas, en particular en el cultivo del tomate, hemos destruido espacios agrícolas fértiles como las gavias por el abuso de fertilizantes de síntesis y, en escasamente tres o cuatro o cosechas, desarrollaron una alta salinización secundaria. En los años setenta, en Fuertenetura y el sur de Gran Canaria y, en menor medida, en Tenerife,  el cultivo del fruto se desplazaba en el  espacio y tiempo mientras el suelo se iba intoxicando hasta morir. Serán necesarios siglos para que la lluvia consiga reducir los fosfatos y nitratos inorgánicos de miles de hectáreas envenenadas por los químicos. 


El estudio de la historia y la enseñanza de procesos aún reciente  muestran cómo el impacto ambiental paralelo al desarrollo de una determinada actividad, (el comercio, el puerto, la ganadería y la agricultura intensivas), es fuente de desertización. Pero en nuestro país hacemos oídos sordos y, bajo un fraude científico, es decir una falacia medioambiental disfrazada de economía circular, repetimos un nuevo ataque a la ya precaria salud del escasísimos suelo archipielágico. En el presente, se trata del uso creciente de la nociva agua regenerada. 

Como ya hemos tratado en otras publicaciones -que se pueden leer en este blog- el uso continuado del agua regenerada es enormemente peligroso para el medio. ¿Por qué? En síntesis, el agua regenerada (AR) es dañina porque :

(1)contiene metales pesados, como el mercurio, que no se pueden separar por la técnica de “afino” de la electrodiálisis reversible. Aunque legalmente desde el reglamento de la construcción del año 2000 las aguas de escorrentía y las de saneamiento en las urbes deben separarse, en la práctica eso no ocurre. El asfalto es de las fuentes más altas de mercurio que contamina las aguas que corren por calles, avenidas y autopistas, como si fueran ramblas, barranquillos que terminan llevando sus aguas hasta los imbornales. 

(2)El mercurio y otros metales pesados forman compuestos organometálicos que se fijan al suelo”. estos van acumulando Hg.

Por ese motivo, incluso el legislador ha planteado la protección de los suelos agrícolas del exceso del aguas regeneradas para que la masa de mercurio por hectárea y año no supere los 100 gramos.

(3)el sistema de afino de las residuales usa campo electrostático, útiles para separar cationes y aniones ligeros, pero que no pueden hacerlo con moléculas (sin carga) disruptores de la salud, medicamentos y otros químicos volcados al saneamiento o procedentes de las escorrentías urbanas. Tampoco se eliminan los microplásticos, cuya superficie favorecen reacciones biológicas colaterales, por los procedimientos de regeneración. 

(4)El contenido de iones livianos como el sodio y cloruro, aunque se reducen mediante la electrodiálisis y pueda tener un valor que, en periodos de sequías se consideren aceptables, siempre serán superiores a los del agua natural proveniente de una galería lo que hace que el agua regenerada usada de manera habitual favorezca la salinización secundaria del agro. 

(5)Por último, la regeneración y reutilización no reduce, como algunos piensan, ( incluidos grupos conservacionistas), los vertidos de agua al mar. El proceso de regeneración produce rechazos que, por su baja densidad, inferior a la del agua de mar y su alto contenido de nutrientes como fosfatos y nitratos, favorecen el desarrollo y supervivencia de colonias de patógeno (bacterias, protozoos…) que actúan sobre las playas próximas. Si bien la regeneración de las residuales reduce los caudales volcados al mar, los rechazos concentran los fitonutrientes y reducen la presión osmótica sobre las paredes celulares de bacterias y demás organismos halosensibles. 


En definitiva, el uso del agua regenerada es potencialmente peligroso para ecosistemas agrícolas tan sensibles como los canarios. Y, aunque tampoco apoyo el uso genérico en la agricultura de aguas desaladas de las del mar, (fundamentalmente por el impacto de las salmueras que se producen en los ecosistemas marinos, en particular los sebadales, sumideros naturales de los excesos del fósforo )  es preferible esto, de manera excepcional al uso de aguas regeneradas. 


En contra de los que la propaganda interesada afirma, ¡el uso del agua regenerada en las islas es insostenible y peligrosamente impactante!. Agricultura industrializada, firme candidata para deteriorar hasta la muerte del suelo agrícola. Más perjudicial para el futuro inmediato,si cabe, que el propio cambio climático y global.


Julio Muñiz Padilla. 

Químico. Profesor Jubilado de Química Ambiental. 



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