Agua, aguatenientes y plusvalía.
Hace años, a la salida del metro en el barrio berlinés de Pankow, en la entonces DDR, me compré una versión en pastas gruesas de “Das Kapital, Kritik der politischen Ökonomíe”. Estudiaba y trabajaba en la RFA y usé aquel libro, del que había leído algo, para mejorar mi capacidad lectora en alemán.
La primera palabra con que empieza el texto, después de numerosos prólogos, es “Die Waare”, que en español se traduce por “La mercancía”. Me llamó la atención pues, es evidente, que la voz española proviene de “mercado”, palabra que en alemán, Markt, tiene la misma raíz latina, de la que, a su vez, procedía su moneda de cambio, el DM (Deutsche Mark(t)) . Más adelante del texto aparece Wert, "valor", a lo qué el filósofo le añadió el prefijo plus, es decir, Pluswert, que en español, en vez de plusvalor se tradujo por plusvalía, que no es exactamente igual.
Perdonen lo que parece una pedantería. Pero resulta que, en estos momentos, asistimos a transformaciones semánticas por las que recursos que eran universales empiezan a tener valor como mercancías. Me refiero en concreto al agua.
Desde que la reina Juana I decidió que, en Canarias, el dueño de la tierra también lo sería del agua que alumbrara, ésta pasó a ser una mercancía. El decreto real pretendió que la colonización de las islas iniciada por sus padres, no perdiera interés frente al más suculento negocio de la colonización de la recién descubierta América.
Quinientos años se necesitó hasta que, en 1990, el gobierno socialista de Jerónimo Saavedra aparentemente conseguía devolverle el agua al pueblo. Es decir, se habló de reconvertir en pública la propiedad del agua del subsuelo y manantiales, sujeta en ese caso, quizá, a concesiones a entes privados pero sin la pérdida de la propiedad pública.
Durante siglos los pequeños propietarios aprovechaban la dula, es decir el agua de escorrentía y las alcogidas para las gavias, pero cuando éstas no era suficiente varios se unían para excavar una mina o hacer un sondeo o pozo. Normalmente lo que se buscaba era el manantial que hiciera viable las cosechas de cereal, papas, verduras o el mantenimiento de los animales en las gañanías, corrales y establos en periodos de sequía. El agua era hasta entonces un recurso, no una mercancía.
Al final del s. XIX llega el negocio frutero, el plátano que trajeron los ingleses como Hamilton, y un poco más tarde el tomate, y la necesidad de agua se multiplicó. El utilitarismo de los anglos mostró las posibilidades del mercado: surge el aguateniente. En general, los aguatenientes no era dueños de infraestructuras, a saber, galerías, pozos, atarjeas, canales, estanques, presas. Simplemente administraron y organizaron el mercadeo del agua de aquellos que, de forma cooperativa habían hecho infraestructuras para el uso del líquido elemento en sus plantaciones. Según el dinero invertido, tenían derecho a horas de uso de los recursos hídricos disponibles.
En fín, los administradores transformaron el recurso estratégico en mercancía sujeta a la especulación. ¡El interés que mueve al aguateniete nunca fue el agua sino su plusvalía!
La Ley de 1990 llevó implícito que, a medida que iba pasando el periodo de transición de 50 años, los aguatenientes perdían el interés por el agua natural en favor de aquellas otras, las aguas industriales, que siempre serían privadas.
Por ello, mientras transcurre el tiempo, se abandonan las galerías, canales, sondeos y pozos, que sin inversión se deterioran velozmente. A la par, ingente cantidad de millones de euros se emplean en desaladoras, regeneradoras de aguas residuales, estaciones de bombeo de aguas negras que mediante la técnica del BOOT gestiona Canaragua y alguna otra, que, a su vez, son propiedad de la multinacional Veolia.
Los medios anuncian calamidades en forma de sequías permanentes en la Gomera, que torna su preocupación más por las desaladoras que por la laurisilva y los bosque de niebla; se marea a la población de Tenerife anunciando niveles peligrosísimos de fluoruros en las aguas de Ucanca que salen por las galerías de la Guacha, Icod, Vilaflor; se anuncia en La Palma que gases peligrosísimos, (como el CO2 de la cerveza o champán o el agua Firgas), procedente del vulcanismo, contamina su acuífero etc. Así el propio pueblo acojonado presiona al político para que se invierta más en desaladoras y regeneradoras de aguas residuales pues le han asustado con aquello de que es la única solución que tendremos para echarnos un buche de agua en el gaznate.
¡Enorme mentira! ¡Propaganda interesada con ánimo de control y lucro!
Así, el oligopolio de la tecnología de la desalación y la regeneración vende sus derechos intelectuales para que dependamos totalmente de las aguas procedente del mar o de las residuales;dependencia del exterior aunque llueva como nunca, pues hemos deteriorado las infraestructuras que poseíamos. El agua es el nudo gordiano del que depende el desarrollo. A cambio, gastamos la mayor fracción de toda la energía que podamos poseer en obtener agua; a cambio, nuestros suelos enferman regados con las regeneradas de pésima calidad envenenándolos con sales y metales pesados; a cambio destruimos nuestros fondos marinos, los sebadales del litoral, con las densas salmueras de las desaladoras; a cambio, vertemos en el mar, procedente de las regeneradoras, rechazos menos densos que el mar, ricas en nutriente, que invita a bacterias patógenas a infectar nuestras playas. La economía dependiente del exterior arruina cualquier posibilidad de desarrollo sostenible mientras los aguatenientes y los señores feudales de la tecnología hidráulica e hídrica se reparten dividendos.
Las islas Canarias durante el siglo XX desarrollaron una magnífica y envidiable infraestructura para la captación de las aguas naturales que, en un periodo de pocas décadas estamos vilipendiando hasta su total desaparición. El que piense que la solución del agua son las desaladoras, las depuradoras y los parques eólicos es quizá porque pocos cálculos ha hecho.
Julio Muñiz
Profesor jubilado de Depuración de Aguas.
Las preocupaciones semánticas de Julio Muñiz no son ninguna pedantería. De hecho, y en relación con lo que plantea, habría que recordar la distinción aristotélica entre “economía”, como el arte de administrar la casa, y “crematística”, como la habilidad para comerciar y obtener beneficios. Por lo que, según se comprueba en su texto, la economía del agua (recursos) hace tiempo que ha dejado de serlo para, en cambio, volverse mera crematística (mercancía). Situación agravada por una tecnolatría que solo piensa en desaladoras, depuradoras y parques eólicos. Una pena
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